Mientras miramos hacia abajo a puntos planos,
el virus se expande por lugares que no podemos ver
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Una muchedumbre hiperventila en la farmacia,
alrededor de una sección de jabón de manos vacía.
El próximo día los del CDC dicen que no es propagado por
las manos necesariamente, sino por respiración
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Desde un tren elevado,
puedo ver un buffet de hombres
en el terreno de un edificio
nuevo en nuestro centro
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Un niño en mi trabajo tose sobre nuestra mesa —
los otros tutores y yo hacemos pausa, luego nos reímos —
sabemos que los niños no lo pueden contraer, esto lo sabemos
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Mis audífonos ya no sirven:
he torcido los cables fuera de lugar.
Ahora cada movimiento quiebra la música.
Tiemblo bajo el temblor de un tren, queriendo
leer tu texto, pero dejo el teléfono en mi bolsillo
y el zumbido en mis oídos para no parar la harmonía.
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No podemos ir al trabajo, los estudiantes
son recordatorios regordetes de la muerte —
“conductos virales”, resolvió el mensaje
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Los parques están vacíos en el Día de San Patricio.
Miles de camisas verdes parrandean detrás de puertas de neon,
tomando y fumando hasta su debilidad, su inmunidad
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Me gusta tu mano
sobre mi corazón
estamos juntos
me das calor
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La cucharada de miel descendió
tan rápido que no sé si ayudó
la picazón en mi garganta o no.
Alergias de primavera, repito
como un mantra sobre el fregadero.
Toso distraídamente en la toalla de manos.
Mareado en la ducha, canto canciones
de Springsteen para calmarme — mi corazón
está afilado, los costados me duelen.
Tomaste te muy rápido. Voy a visitar
a mi viejito enfermo en una hora, iré a
tu apartamento después.
Respiro profundamente.
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Toco la canción que me mandaste
mientras que espero tu texto
hasta que mis audífonos
se descomponen y siento
la necesidad de contactarte
otra vez.
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Un lunes gris por la tarde – cuando no estamos viendo nuestros
celulares, la única otra persona en este ataúd de metal y yo nos miramos
a través de este pasillo largo de formaldehído. Me pregunto si ella
También va de visita con su tía por un plato caliente de pozole con pollo.
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En una solitaria caminata con mascarilla por la ribera de concreto,
parezco un trabajador municipal con abrigo café arreglando
un tanque séptico. No puede ser, los despidieron a todos ellos —
ni siquiera hay la necesidad, la central de aguas residuales
que va a los suburbios está aquí al otro lado.
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Cada película que veo,
cada voz ahumada me hace
aclarar la garganta como si
la pantalla estuviera acercándose
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Escuchando música en mi laptop junto a la ventana por cuatro
días, se me olvidó cuanta dimensión tienen las colinas. Estoy
corriendo descalzo, con mi camisa floreada, por el largo crepúsculo,
el campo cerca de la depuradora, el sonido de los trenes es
extraño a mis oídos, como si Dios hubiera ajustado los diales
y equilibrado la mezcla — un torbellino de pájaros resonantes.
No he temblado con tanto calor en semanas. Las nubes
son fósiles resucitados por su humedad y el sonido de
un avión en el aire es un intruso — me doy cuenta que
estoy en el templo de los conejos, caigo en cuatro patas,
riéndome con dolor, besando el lodo frío, mi carne
melosa como la maleza amarilla junto al río.
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Tu voz suena ronca por teléfono — puede ser un resfrío,
no estás segura. Exhalo las noticias: el virus está en mi edificio,
pensando en la vacuna contra piojos que dibujé en tu
espalda desnuda. Me dices que no me preocupe por ti,
pero la garganta me duele y no sé por qué.
Notes on Disease From a Phone Screen
A poem by Julián Martínez
While we stare down at flat points,
the virus expands everywhere we can’t see
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A mob is hyperventilating in a pharmacy
around the hand soap section that’s empty.
Next day, the CDC says that it’s not spread
by hands primarily, but by breathing
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From an elevated train,
I see a buffet of men
at the ground of a new
downtown tower
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A child at my work coughs hard on our table —
the rest of the tutors and I pause, then we laugh —
we know kids can’t contract this, we know this
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My headphones have stopped working:
the wires have been worked out of place.
Any movement breaks the music now.
I shiver under a train’s roar, want to respond
to your text, but I leave my phone in pocket,
drone in ears so as as not to stop the harmony.
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We can’t go to work; the children
are chubby reminders of death —
“viral conduits,” the e-mail decided
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The parks are vacant on St. Patrick’s Day.
Thousands of green shirts party behind neon doors,
weed n’ juicing themselves weak, immune
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I like your hand
on my heart
I’m holding you
your body’s hot
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A spoonful of honey went down
so fast I don’t know if it helped
this itchy throat or not.
Spring allergies, I mantra over
the sink. Absent cough into
the kitchen hand towel.
Dizzy in hot shower,
I sing Springsteen for calm —
my heart’s sharp, sides cramp.
I drank tea too quickly.
I’m seeing my sick old man
in an hour, going to your place after.
Deep breath.
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I play the songs you sent me
while I wait for your text
until my headphones fry
and I feel the urge
to reach out for contact
again.
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Grey Monday afternoon – when not on our phones, me
and the only other person on this metal coffin double-take
eye contact across the long formaldehyde aisle. I wonder if
she’s visiting her auntie for a bowl of chicken soup too.
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and the aunties still gossip on the couch
about last year’s Christmas party.
The kids monkey on the mattress
and land where the carpet’s milk-wet.
Big bro gives lil bro a ride to the station —
waits in prayer ’til the train’s distant.
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On a lone respirator walk across the concrete riverbank,
I look like some brown-coated municipal worker
fixing a septic tank. Nah, they’ve all been laid off —
there’s no need anyway, the raw sewage plant
to the suburbs is right here on the other side.
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So many sunny cars pass the open window.
Warm spring winds wave in — I breathe them easy,
then tense. The sun reddens, a scowl sunken, inflamed,
thunderheads closing over streets with silent flash-bangs.
Traffic lights, I think, looking for signs of life, but the streets
are bodiless. Hours pass. An ambulance passes, too.
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Every movie I watch,
every smoke-throated voice
makes me clear my own
as if the screen’s coming closer
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Clicking laptop music by the window for four days,
I’d forgotten how hills have so much dimension.
I’m sprinting barefoot in a floral shirt through long dusk,
fenced-in fields by the sewage plant, distant trains
strange to my ear, as if God has pushed up dials and
has rebalanced the mix — the whirl of reverbed birds.
I’ve not shivered so warmly in weeks. The clouds
are fossils resurrected by their wetness and the sound
of a plane overhead is an intruder — I realize
I’m in the temple of rabbits, collapse on all fours,
giggling, sore, kissing the cold mud, meat
honeyed as the blonde brush by the river.
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You are hoarse over the phone — it could be a cold,
you don’t know. I exhale the email, virus in my building,
thinking of the cootie shot I drew on the small of your back.
You tell me not to worry about you, worry about myself,
but my throat is tight as I say goodbye and I don’t know why.
This piece first published in Pueblo at 14 East, an independent online magazine based in Chicago, run DePaul University students.